miércoles, 4 de abril de 2012

Mis raices.
 Nacido en  Alicante el 6 de abril del año 1971, criado en el Postiguet y crecido en un barrio del cual conocí hasta sus propias fiestas y del que a día de hoy, desgraciadamente poco o nada queda de aquellas señas de identidad, el barrio de Juan XXIII.
 Un barrio abierto,con grandes zonas verdes y que gracias a su altitud con unas vistas privilegiadas de la ciudad y su costa, lo hacen ser único. Luis, mi padre, del  barrio marinero de Alicante, el Arraval Roig, hijo de portuario, José, y de una gran madre de familia como lo fue mi añorada abuela Juana. Mi madre Encarna, de la Goteta. Hija del que fuera propietario de uno de los balnearios y alquiler de sillas que entonces existieran en la playa del Postiguet, e hija de una de las mujeres más guapas de todo Alicante, mi abuela Elisa. Lo era y claro mi abuelo Vicente "El de las Rejas"  no la dejó escapar. Alicantino de fé y voto.

 Juan XXIII es un barrio de las afueras de Alicante, barrio trabajador, donde la vida a veces no era ni es fácil, pero en la que tampoco echábamos de menos ningún otro rincón de la ciudad. En la escuela no es que fuera un mal estudiante (lo aprobé todo) pero mis hermanos heredaban mis libros impolutos.  Allí, de niños no parábamos, y  guardo muchos recuerdos, todos ellos muy agradables y otros, a veces, rozando lo salvaje. Raro era el día que no nos achichonábamos haciendo el bicho. En aquel entonces jugábamos a todo lo que por la época se estilaba, pero cuando teníamos un balón en los pies podíamos ser unos 50 jugando al fútbol. Las patadas eran medidas o para llevarse el balón  o bien, la de la pierna del rival y nuestras piernas parecían las de un Cristo en la cruz. Tampoco nos costaba mucho eso de estrujarnos los sesos por aquel entonces los chavales para pasarlo bien, una simple rueda usada de coche, por ejemplo,  podía ser lo que para un niño de hoy una Wii o una Play Statión, que mas bien parece que los tengan abducidos y "ausentes" del mundo que les rodea. Luego con los años más de uno de mis amigos  hicieron de las drogas "su juego", marcando así no sólo en el final de la niñez y para alguno, el de sus vidas. Aquello fue muy duro de ver, sin llegar a entender nunca el porqué, ni a hoy día.

Más o menos, con unos 10 años, a mi padre le dio un buen día por hablarme de toros y, fue como si me hablaran de la física cuántica. Igual.  Con tela de toldo viejo y una rama de una palmera hizo...¡una muleta y una espada! ¡Vaya tela!  Mi padre, quiso ser torero,  pero sólo pudo torear una novillada sin caballos en una época, la dorada del toreo en Alicante como fue la de El Tino, Pacorro, El Caracol...., pero en la que las oportunidades para los que empezaban eran escasas. Esa afición extraordinaria junto a historias sobre los toreros de los 60 y 70, la hombría, la torería de esos matadores hechos a forja y a base de meritos propios, me calaron muy hondo. Comentarios sobre los "maletillas", chavales que pasaban las de Caín para poder dar unos muletazos, llenando las tápias de las fincas salmantinas esperando esa oportunidad de la mano de alguien que pudiera verle, o algún torero que quisiera echarle un "capote". Frío, hambre...mi padre lo vivió y a mi me llenaba de admiración, dejandome ver que cuando algo te gusta no hay sacrificio personal que valga, aunque tu estomago diga lo contrario. Como él cientos que anhelaban ese sueño de ser figuras del toreo.  Admirador del buen toreo. El clásico y artista. El hondo, profundo y mandón. Lo paradójico de mi padre es que siendo un amante del toreo de arte, temple y porte como por ejemplo el de José María Manzanares (su torero y el mío), Antonio Ordoñez, Paula, Romero... , tenía otra debilidad: Manuel Benítez "Él Cordobés". Su izquierda no tuvo igual. Mi padre no es que quisiera ser torero, lo és. Sentarse a su lado es apreciar su pasión por la profundidad del toreo, disfrutar del toro al margen de los tiempos o de cualquier tipo de torero. Cualquier torero le "ha dicho" algo, a pesar de su corte artístico. 

 Así que un buen día mi padre después de un día de clase me metió en su coche y nos fuimos al Castillo Santa Bárbara. Allí, en las laderas del Benacantil entrenaban para querer ser torero un grupo de 20 o 25 chavales, una cantera de toreros en toda orden en el Centro mismo de la ciudad de Alicante.  Estuve como dos meses sólo mirando, observando y empapándome de todo aquello. Sin darme cuenta cambié el balón por la muleta. La buena sintonía que allí se respiraba me lo puso más fácil a la hora de romper el hielo y así me decidí a coger los "tratos". Recuerdo que en invierno, cuando las noches eran tempranas el grupo de padres y aficionados que iban a vernos formaban un corro con sus coches y nos iluminaban con sus luces¡Que afición! Los demás días, entrenaba en el patio de mi colegio, Santa Faz,  con la ayuda de mis hermanos y con mi padre. Mis hermanos fueron de ayuda fundamental para mi y eso me ayudó siempre a la hora de superarme. Nunca bastará lo que pueda hacer por ellos para agradecerselo, por todo ese tiempo que dedicaron a su hermano.


Personalmente, siento admiración por el toreo y sus gentes, sus buenas gentes. Y de las que no hay que nombrar, no tienen espacio ni merecen tenerlos en cuenta. En la carrera de un torero las ayudas son básicas en los inicios, y precisamente en Alicante si se me bridaron gracias a que no haría demasiado el "ridículo". Su afición siempre estuvo conmigo ¡Un orgullo para mí! Mi alternativa, la soñada: el Maestro José María Manzanares(el nº1) y, como testigo, el Maestro Juan Antonio Ruiz "Espartaco". Después de esa fecha al camino le salieron espinas, algunas envenenadas. Esa gente sobra del toreo y así les va. Mala suerte para quien escribe haber coincidido en el tiempo con estos "fenómenos", pero me quedo siempre con lo mejor de las cosas. ¡Eso no me lo quita nadie!




Luis José Amador con 13 años






 







J. M. Manzanares y su padre, en su Peña Taurina con los alumnos de la Escuela Taurina y el Germi, su profesor


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